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24 febrero 2009

BAMBU JAPONES


No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere una buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra, no se impacienta frente a la semilla sembrada, gritándole con todas sus fuerzas.
Crece, por favor !
Hay algo muy curioso que ocurre con el bambú japonés, que lo transforma en no apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla
constantemente.
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable,
en realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años;
a tal punto que, un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo sólo de seis semanas la planta de bambú crece más de 30 metros.
Tardó sólo seis semanas para crecer ?
No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas para desarrollarse.
Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raices que le permitieran sostener el crecimiento, que iba a tener después de siete años.
Sin embargo, en la vida cotidiana muchas veces querermos conseguir soluciones rápidas y triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente el resultado del crecimiento interno y que éste queriere tiempo.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo, y ésto puede ser extremadamente frustrante.
En esos momentos que todos tenemos, es importante recordar el ciclo de maduración del bambú japonés y aceptar que en tanto no bajemos los brazos,
ni abandonemos por no ver el resultado que esperamos; Sí está ocurriendo algo dentro de nosotros: Estamos creciendo, madurando.
Quienes no se dán por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito, cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.

Si no consigues lo que quieres, no desesperes...
quizás sólo estés echando raices.